Los economistas y políticos que se han vuelto adictos a la flexibilización cuantitativa a menudo no se dan cuenta de que ya no está funcionando. Se considera como una panacea para las economías atrapadas en un malestar general, se supone que contribuye al crecimiento económico y evita los efectos nocivos de la deflación. Todo esto está basado en la teoría de que si una dosis de flexibilización cuantitativa (QE) es beneficiosa para una economía estancada, más de lo mismo debería ser aún mejor. El mejor ejemplo moderno de esto en el siglo 21 es Japón. Los resultados deben ser un ejemplo de “lección aprendida” para los políticos en Europa, Estados Unidos y otros países. Conseguir nuevas inversiones en la economía interna de Japón sigue siendo una tarea difícil.
Si simplemente imprimir dinero fuese la respuesta a la falta de crecimiento de la economía, entonces la Alemania de Weimar en la década de 1920 debería haber sido la economía más próspera del mundo. El gobierno alemán, a diferencia de Francia, decidió financiar la I Guerra Mundial, en su totalidad, a través de préstamos. Para el final de la guerra, el marco alemán se había ido de 4,2 a 8,91 contra el dólar estadounidense (USD). En el momento de la firma del Tratado de Versalles, terminando oficialmente la guerra en 1919 el marco se había depreciado más de 32 a 1 USD.
En 1921 hubo mucho más devaluación, pero el marco se estabilizó en 90 marcos alemanes a 1 USD. Como resultado de que Alemania no fue invadida durante la guerra, el país emergió con una industria intacta y con una economía relativamente sana; parecía que iba a convertirse en la economía dominante en el continente.
Sin embargo, de acuerdo con el principio del Ultimatum de Londres en junio de 1921, había una demanda que constaba que los alemanes pagarían en oro o en moneda extranjera el equivalente a 2 billones de marcos de oro más el 26% del valor de las exportaciones de Alemania.
En noviembre de 1921, con el primer pago ya hecho, el marco había caído a una tasa de 330 a 1 USD. Las reparaciones totales que habían sido demandados originalmente eran de 132 billones de marcos de oro. Esto ya se había reducido a 50 billones de marcos de oro. Con el fin de que los alemanes siguieran pagando las reparaciones a través de las compras de moneda extranjera, se promulgó una nueva política: impresión masiva de notas bancarias. Por supuesto, entre más fueron creadas, más se necesitaron.
A finales de 1922 el marco se había reducido a 800 por dólar. El índice de costo de vida había aumentado 15 veces en sólo 6 meses. Con el fin de garantizar que se efectuaran los pagos, las tropas francesas y belgas ocuparon el valle del Ruhr, el cual era el corazón industrial de Alemania. Esto ocurrió a principios de 1923. Las reparaciones se hicieron con bienes (en especie), ya que el marco ya no se podría utilizar para comprar oro o moneda extranjera.
Los obreros industriales alemanes en las áreas que fueron invadidas fueron a protestar por la intrusión. El gobierno alemán decidió seguir pagando sus salarios, a pesar de que ya no estaban trabajando. Esto finalmente destruyó totalmente la moneda. En noviembre de 1923, un sólo dólar americano equivalía en valor a 4,2 trillones de marcos alemanes.
La hiperinflación llegó con venganza y la próspera era financiera pronto llegó a su fin. Llegó un nuevo método de cambio: El Rentenmark. Este nuevo dinero sería respaldado por activos reales, por lo que los viejos marcos se intercambiaban a una tasa de cambio de 1 trillón a 1 cuando se aprobó la nueva moneda (Reichsmark) en 1924.
El ejemplo alemán es a dónde la impresión de dinero sin sentido puede conducir, si las garantías financieras no están en su lugar. También indica los límites de la política monetaria. Es importante tener en cuenta que Alemania era la principal economía de Europa en ese momento, como lo es hoy. Es un cuento con moraleja para aquellos que sienten que la política monetaria y fiscal serán los sustitutos de las reformas económicas que traen consigo crecimiento real.
Japón se ha estancado económicamente desde finales de 1990. Originalmente, los años de 1991 a 2001 se conocen como “la década perdida”, pero recientemente la siguiente década 2001-2010 se ha incluido; se ha convertido en “los 20 años perdidos”. Durante el período de 1995 a 2007 por ejemplo, el PIB (Producto Interno Bruto) se redujo de $5,330 billones USD a $4,36 billones dólares, en términos nominales. Además, los salarios reales se redujeron en un 5% y el país fue testigo de un nivel de precios moribundo.
La causa directa de la caída, después de años de fuerte crecimiento económico, fue una burbuja de los precios de los activos, sobre los cuales muchas personas especularon en una escala masiva. Fue un excelente ejemplo del “capitalismo de amigos” que llevó al colapse de la economía japonesa. En respuesta a este dilema, el gobierno elevó agresivamente las tasas de interés, lo cual condujo a un colapso en los precios de los activos y finalmente, la bolsa japonesa.
Esto obligó al gobierno a rescatar a los bancos y otras instituciones financieras, con inyecciones de capital, por parte del banco central. Esto permitió a muchos de ellos el seguir funcionando, a pesar de que muchos de ellos eran técnicamente insolventes.
Se convirtieron, con el tiempo, en lo que se conoce como “bancos zombis”. Colectivamente, muchos de estos mismos bancos luego pasaron a continuar prestando dinero a empresas que ya no eran rentables. Estas, a su vez, se volvieron empresas zombis.
Todo esto fue hecho bajo la creencia de que muchas de estas empresas eran demasiado grandes como para quebrarse. Este ciclo continuaría durante 2 décadas, lo que llevaría al estancamiento general de la economía japonesa, y a un dramático declive en los precios de activos.
En 2004, por ejemplo, los bienes raíces en Tokio, la capital, valían sólo el 10% de la alta de 1980. La tierra más costosa, en el distrito financiero de Ginza, se había reducido a un increíble 1% de su valor anterior.
A partir de 2012, la tasa de interés oficial ha sido del 0,1%. La tasa de interés general se ha mantenido por debajo del 1% desde 1994. A pesar de que ha habido brotes de crecimiento esporádicos, la economía global no ha visto un crecimiento significativo desde la década de 1980.
Mientras tanto, la economía mundial, especialmente otras zonas de Asia Oriental, ha erosionado la cuota del mercado mundial de muchas empresas japonesas. Entre ellas, gigantes multinacionales como Hitachi, Mitsubishi, Sony y Toyota. Japón ha ido perdiendo su ventaja competitiva en la fabricación con países vecinos como China y Corea del Sur.
Las corporaciones japonesas han respondido haciendo nuevas contrataciones de trabajadores temporales, los cuales tienen poca seguridad en el empleo y muchos menos beneficios. Para el año 2009 estos nuevos tipos de empleados componen más del 30% de la plantilla laboral. Los salarios están prácticamente estancados en la mano de obra. Desde 1997, los salarios reales han caído un increíble 13%. Esto no tiene precedentes entre los países desarrollados modernos. Es muy profundo el hecho de que se haya producido en la tercera economía más grande del mundo.
Se ha tardado un total de 12 años para que el PIB de Japón se recupere a los niveles anteriores de 1995; más preocupante es el descenso de la producción per cápita. Japón se está volviendo mucho menos eficiente, con muchas empresas que no están dispuestas a invertir en la tecnología más reciente, debido al costo.
En respuesta a la falta de crecimiento y la inminente amenaza de la caída de los precios, el gobierno japonés ha tratado de remediar lo anterior con episodios repetidos de estímulo, lo cual ha causado un déficit fiscal desde 1991. Los resultados han sido casi insignificantes. Esto lleno, sin embargo, al gobierno central con una enorme carga de deuda.
Como porcentaje del PIB, ahora la deuda se ha pasado del 240%. Es, por mucho, la deuda más grande del mundo. En comparación con los Estados Unidos, que estaba en 101,53% del PIB en 2014. Incluso la crisis en la que está montada Grecia, la cual ha capturado los titulares de todos los periódicos en los últimos años, ahora está en 177.10% del PIB.
Es cierto que Japón es un caso inusual, ya que la mayoría de la deuda pública se lleva a cabo por el Banco de Japón y el mercado interno. Sin embargo, los enormes pagos de intereses no son un buen augurio para el futuro de Japón.
Cada vez será más difícil de gestionarlo en los próximos años. Esto se dará a pesar de la alta tasa de ahorro personal del ciudadano japonés medio, especialmente entre los ancianos.
Una vez más, la demografía está en contra de Japón. La población del país está envejeciendo rápidamente y la edad mediana se encuentra entre las más altas del mundo. Como regla, la inmigración nunca ha sido incentivada, por lo que Japón tiene una población que está en declive. Habrá menos trabajadores para gestionar la producción económica del país en el siglo 21.
Habrá cada vez más gasto público en prestaciones sociales mientras que la población envejece. El gobierno afirma que necesitará al menos un extra de ¥ 9 trillones de Yenes ($76 billones de dólares) para el año 2020; eso es asumiendo un crecimiento económico anual del 3%, que es bastante optimista en este punto.
Japón está atrapado en una trampa de liquidez. Ya no puede estimular la actividad económica mediante la reducción de las tasas de interés, sobre todo porque ya están cerca de cero. Las empresas rentables están eligiendo pagar la deuda con los ingresos, en lugar de hacer nuevos préstamos. Esto, en realidad, deja sólo pequeñas cantidades de capital para nuevas inversiones. La inversión empresarial cayó un 22% del PIB entre 1990 y 2003.
Lo que mantenía al PIB más grande era el gasto de estímulos por parte del gobierno central, y los esfuerzos de flexibilización cuantitativa, por parte del banco central. Por desgracia, estos recursos no se pueden continuar indefinidamente.
La última versión de esta política, conocida como Abenomics, se inició poco después de la elección del actual Primer Ministro (PM), en diciembre de 2012. El PM, Shinzo Abe, ha identificado tres pilares de reformas que su gobierno enfrentar. Están son: la productividad del trabajador que está disminuyendo, menor inflación, y el envejecimiento de la población.
La respuesta de los inversores a la nueva iniciativa del gobierno fue positiva. El Nikkei 225 ha subido a más de 20.000 puntos desde un mínimo de 9.000 en 2008. Sin embargo, el gobierno de Shinzo Abe y el banco central están cada vez más en desacuerdo. A principios de 2013, el jefe del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, lanzó obedientemente una nueva ronda masiva de flexibilización cuantitativa.
El acuerdo inicial sobre la política económica se ha ido distanciando desde entonces. El principal punto de discusión es la política fiscal. El déficit presupuestario primario, que excluye el pago de intereses sobre la deuda, está ahora un 6,6% del PIB. Esta cantidad es causada por el creciente temor entre los banqueros japoneses.
Otra cuestión entre el banco central y el gobierno es la tasa de inflación. Aunque el Sr. Kuroda se había comprometido a hacer lo necesario para impulsar la inflación hasta el nivel de 2%, ahora hay cierta vacilación por parte del señor Abe y su gobierno; está cuestionando si una nueva ronda de compra de bonos logrará mejores resultados que las anteriores. Es por fin un reconocimiento parcial de que la flexibilización cuantitativa y las bajas tasas de interés no pueden llevar a la economía japonesa de vuelta a un crecimiento estable.
Al principio todo parecía ir bien, con el banco central imprimiendo enormes cantidades de dinero y el gobierno gastando más dinero que nunca, para mitigar los efectos negativos de la subida en el impuesto al consumo (IC) de 5% a 8% en abril 2014. Un crecimiento más fuerte, como resultado de nuevas reformas estructurales, se suponía que debía aliviar el dolor de un nuevo aumento de la tasa al consumo, previsto para finales de este año. Se suponía que iba a ascender a un 10% este otoño.
El aumento del IC es para ayudar al gobierno con la crisis de la deuda que viene. El compromiso es llegar a un equilibrio presupuestario primario para el año fiscal de 2020 – 2021. Esta promesa se ha vuelto menos palpable que nunca. El IC terminó inclinando a la economía japonesa en recesión en 2014.
Como respuesta, el banco central se comprometió a comprar 80 trillones ($ 670 mil millones de dólares) de yenes en nuevos bonos del gobierno sobre una base anual. Se basaba en el supuesto de que el IC se aumentaría de nuevo, como estaba previsto para el otoño de 2015. Sin embargo, el gobierno ha declarado que el aumento de impuestos se ha aplazado hasta finales de abril de 2017.
La política del gobierno de Abenomics está en peligro. El Primer Ministro está dudoso de más impresión de dinero para comprar bonos del gobierno, cuando ha quedado claro que nuevas subidas de impuestos en este momento no son posibles. No habrá ninguna mejora sustancial de la situación fiscal, y muchas de las reformas estructurales prometidas han fallado en su realización.
Peor aún, la inflación subyacente ha caído por debajo de cero. Hay que decir, sin embargo, que parte de esto es atribuible a la disminución de los precios de la energía, como resultado de la rápida disminución de los precios del petróleo.
La flexibilización cuantitativa, en la escala que ha estado en vigor desde el otoño de 2014, tiene tanto costos políticos como económicos. Es cierto que los precios inmobiliarios y el mercado de valores están experimentando grandes resurgimientos. La caída del yen, sin duda, ha ayudado a impulsar las exportaciones, lo que ha sido un beneficio para un gran número de empresas japonesas. Sin embargo, las pequeñas empresas y las personas, realmente no se han beneficiado. En su lugar, han pagado precios más altos para las importaciones, ya que la moneda japonesa se ha desvalorizado.
Una preocupación adicional es la ansiedad que se está creando en los mercados de bonos. El banco central está lejos de ser el mayor comprador de deuda gubernamental. Al comprar cantidades tan grandes, que ha obligado a bajar los precios de bonos, lo que está haciendo huir a otros inversores. Este es un signo ominoso para el futuro
Una cifra récord de gasto para este año acaba de comenzar. El gobierno está prometiendo planes detallados este verano de cómo se reducirá el déficit en los próximos años. El hacer cortes y tener a los ancianos japoneses pagando más por su propia atención médica también será difícil.
Si la inflación volviese y el banco central se viera obligado a subir las tasas de interés, los pagos de la deuda por sí solos abrumarían al presupuesto federal japonés. En ese momento, una mayor expansión monetaria se haría imposible, a menos que el gobierno permita la destrucción del yen.
Una mirada cercana a la experiencia japonesa es una advertencia a los defensores de la flexibilización cuantitativa en todo el mundo, especialmente en Europa y Estados Unidos. Estas personas siguen insistiendo en que la continua expansión de la oferta monetaria, y las tasas de interés cada vez más bajas, traerán a la economía mundial de vuelta al crecimiento. La historia económica de Japón, en el último cuarto de siglo, claramente no verifica esa teoría.
Publicado el 28 de Abril Por: Jeffrey Hagenmeier / traducción: Tomas Eastman.